La historia de Lamborghini en la náutica.
Del primer antojo de Ferruccio al yate de 3 millones de euros
La primera vez que Lamborghini incursionó en la náutica fue en 1968 con
la Aquarama, con motores Lamborghini que Ferruccio mandó a hacer para reemplazar los americanos por dos de sus V12 , fue una lancha exclusiva de aquel momento.

Y sólo habrá 63 unidades de esta exquisitez en diseño y tecnología.

La capota rígida está inspirada en los roadsters Lamborghini.
Las luces de proa son un homenaje al concept car Lamborghini ,ambos distintivos por sus luces delanteras en forma de Y.
Crecía rápidamente en prestigio y lograba, tal cual el juramento inicial de su fundador, desbancar a la firma de Maranello de su status de “intocable”.
Lo que tanto Ferrari como Lamborghini representaban en aquel entonces en la industria automotriz, en la náutica lo era la firma Riva. Tenía un modelo denominado Aquarama, que había atraído a Brigitte Bardot, entre otras personalidades del jet set europeo.
Por supuesto, Ferruccio fue detrás de una Riva y su modelo Aquarama, una lancha legendaria de la que sólo se fabricaron 281 unidades.
La embarcación de un diseño fantástico, y madera bellísima, tenía capacidad para cinco ocupantes.
Sus motores alojados en la popa ofrecían una potencia de 400 caballos, Ferruccio no soportó que fueran de origen americano. Un V12 de 4 litros que fue el elegido por Ferruccio para incorporar a su flamante embarcación.

Luego de algunos ajustes pedidos por Riva, ambos V12 reemplazaron a los impulsores americanos en la popa de la Aquarama: los 700 caballos que erogaban entre ambos la consagraron como una de las más rápidas del mundo.
Iba a unos 48 nudos y consumía como pocas con sus 12 carburadores, interpretaba el gusto más puro y personal de Ferruccio.
“Volaba” por el agua como sus autos lo hacían en el asfalto.

El empresario falleció en 1993 y de la embarcación no hibo noticias, hasta que en 2010 fue rescatada y quedó en poder de Riva World, firma holandesa especializada en restaurar modelos de esa marca.
Recompusieron toda la madera, la tapicería, los cromados y volvieron a poner uno de los V12 que se habían quitado durante los años de ostracismo. Aquel impulsor faltante, que estaba en el museo de Lamborghini, se compró y volvió a darle vida a la Aquarama. La restauración completa demandó cerca de tres años. Pero fue hecha al gusto de Ferruccio, tal cual la primera vez.