Robert Ballard y la búsqueda del Titanic.

Robert Ballard y la búsqueda del Titanic.

La madrugada del 14 al 15 de abril de 1912 se produjo el hundimiento más famoso de la historia, el del trasatlántico RMS Titanic en las frías aguas del Atlántico Norte, tras chocar con un iceberg durante su viaje inaugural entre Southampton y Nueva York. Los intentos para recuperar el barco se iniciaron desde el mismo momento de su hundimiento, pero el desconocimiento exacto del lugar del naufragio, los 3.800 metros de profundidad a los que se encontraba el pecio, o no contar con la tecnología necesaria para el rescate retrasaron el descubrimiento del lugar exacto donde descansaba el buque hasta 75 años después.

Poco después de la tragedia, las familias de las víctimas más poderosas incluidas en el naufragio, como los Guggenheim, Astor o Widener, formaron un consorcio y contrataron a la Merritt and Chapman Derrick and Wrecking Company para sacar el buque del fondo marino. A pesar de las descripciones de los supervivientes que relataban como el Titanic se había partido en dos durante el naufragio, en aquella época se creía que el buque se encontraba de una pieza en el lecho marino. La falta de la tecnología submarina necesaria y el comienzo de la Primera Guerra Mundial hicieron que el proyecto fuera abandonado. Tuvieron que pasar cincuenta años para que aparecieran nuevos planes para sacar el Titanic del fondo. Ideas cómo atar globos de nylon al casco para llenarlos de aire y hacerlo flotar, o llenar el barco de pelotas de ping-pong, o congelar el agua alrededor del buque para convertirlo irónicamente en un gigantesco iceberg y remolcarlo a Liverpool para convertirlo en un museo se presentaron durante los años sesenta y setenta.

En 1976, Clive Cussler publicó su novela ¡Rescaten el Titanic! En su argumento, se descubre que el Titanic transportaba un raro material llamado bizanio necesario para el desarrollo de un nuevo arma por el gobierno de los Estados Unidos. El equipo de especialistas enviado por el gobierno americano localiza el pecio y sella las grietas del casco del buque, llenándolo luego de aire comprimido para reflotarlo. El libro fue todo un éxito y cuatro años después sería adaptada en una gran superproducción, que resultó un desastre tanto para los críticos como en taquilla. El Titanic seguía presente en el imaginario colectivo.

El primer intento de Robert Ballard de encontrar el Titanic fue en 1977. Ballard, nacido en Wichita (Estados Unidos) en 1942, se crió junto al mar en la localidad californiana de San Diego. Su vida cercana al mar, las expediciones del batiscafo Trieste y la lectura de niño de la novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino generaron en Ballard desde muy temprano su interés por investigar las profundidades marinas, de tal manera que aunque había estudiado química y geología por la Universidad de California y había obtenido un grado en geofísica por la Universidad de Hawaii, Ballard se incorporó como oceanógrafo cuando fue llamado al servicio activo por la marina de los Estados Unidos, actuando de enlace entre la Oficina de Investigación Naval y la Institución Oceanográfica de Woods Hole, en donde continuaría trabajando una vez que dejó el servicio activo.

Ya en 1977, Ballard consiguió la ayuda financiera necesaria para utilizar el buque de perforación Alcoa Seaprobe de la Alcoa Corporation en su primer intento de encontrar el Titanic. El Seaprobe estaba equipado con sonar y cámaras unidas al extremo final de la tubería de perforación, así como una garra mecánica con la que recoger objetos del fondo marino. La expedición acabó en fracaso al romperse la tubería de perforación, enviando mil metros de tubo y equipos electrónicos por valor de 600.000 dólares de la época al fondo

Nuevos intentos siguieron al de Ballard a finales de los años setenta y comienzos de los ochenta. La revista National Geographic junto a la compañía Walt Disney, o emprendedores como el multimillonario británico Sir James Goldsmit o el americano Fred Koehler lo intentaron, pero no reunieron los fondos necesarios. El magnate tejano del petróleo Jack Grimm, que anteriormente había financiado expediciones en busca del Arca de Noé, el monstruo del Lago Ness o los Bigfoot, puso los fondos para realizar tres expediciones, en 1980, 1981 y 1983, y aunque en la última su sónar pasó por encima del Titanic, fue incapaz de detectarlo.

Mientras tanto, la marina de los Estados Unidos había encargado a Ballard y su equipo llevar a cabo una expedición al año de un mes de duración, para mantener a los sumergibles Argo y Jason en buenas condiciones y a su personal entrenado. El Argo, equipado con sónares y cámaras, se controlaba a distancia, remolcado por un buque nodriza, mientras el Jason se encargaba de tomar imágenes del fondo y recoger muestras. Los datos e imágenes enviados por estos sumergibles se analizaban en tiempo real a bordo del buque nodriza. Aunque habían sido diseñados para un propósito científico, la Navy ponía los fondos para mantenerlos en buenas condiciones con la condición de poder utilizarlos.

En 1984 se encargó a Ballard la búsqueda de los pecios de los submarinos nucleares USS Thresher y USS Scorpion hundidos en los años sesenta en el fondo del Atlántico Norte. Ballard y su equipo encontraron los submarinos y además hicieron un importante descubrimiento: mientras los submarinos se hundían habían implosionado por la presión rompiéndose en miles de pedazos que arrastrados por las corrientes se habían extendido por el fondo. El área ocupada por los restos era mucho mayor que el área ocupada por el propio pecio. En 1985 la marina organizó una segunda expedición al pecio del Scorpion, y tras ella, permitió a Ballard utilizar sus equipos para que pudiera buscar el Titanic. El poco tiempo disponible obligó al oceanógrafo americano a solicitar ayuda al gobierno francés, que fletó el buque Le Suroît. Los franceses peinarían el fondo con un sonar de alta resolución llamado SAR; los posibles restos encontrados serían luego comprobados con las cámaras del Argo.

El Le Suroît pasó cinco semanas entre julio y agosto escaneando el fondo sin resultado. Ballard decidió abandonar la búsqueda por sonar y centrarse en la búsqueda mediante imágenes del Argo, y recordando la experiencia del año anterior, en vez de buscar directamente el Titanic, se centró en encontrar el campo de restos que habría dejado en su hundimiento. Tras una semana de búsqueda infructuosa, en la mañana del domingo 1 de septiembre de 1985 las pantallas a bordo del Knorr, el buque nodriza del Argo, empezaron a mostrar anomalías en el fondo, como cráteres de impactos, y al poco tiempo aparecieron los primeros restos, entre ellos una caldera similar a las utilizadas en la época de la construcción del buque. Al día siguiente, 73 años tras el hundimiento del Titanic, y a una profundidad de unos 3.800 metros, el Argo empezó a enviar las primeras imágenes del buque en el fondo del mar.

Ballard y su equipo inspeccionaron el exterior del buque, confirmando que el Titanic se había partido en dos partes en el hundimiento, separadas entre sí unos 500 metros, estando la popa en mucha peor condición que la proa. Los compromisos del Knorr con otras expediciones obligaron a Ballard a detener su exploración; el americano mantuvo la localización exacta del pecio, 600 kilómetros al sur sureste de Terranova, en secreto y decidió, por respeto a las víctimas, no llevarse ningún resto del buque con él. La noticia de que por fin se había encontrado el Titanic corrió por el mundo entero, reservando a Ballard un hueco en los libros de

Al año siguiente Ballard y su equipo retornaron al Titanic a bordo del buque Atlantis II, equipados con el sumergible Alvin, a bordo del cual el propio Robert Ballard, el piloto Ralph Hollis y el copiloto Dudley Foster, se convirtieron en las primeras personas en visitar el buque en casi 75 años. Durante seis días Ballard y su equipo inspeccionaron el Titanic, en el exterior con el Alvin y utilizando el ROV Jason Jr., mucho más pequeño, para tomar imágenes del interior del buque. La proa del Titanic se encontraba enterrada unos veinte metros en el fondo marino; el óxido había cubierto las planchas de acero y la madera de la cubierta había desaparecido. El Jason Jr. se internó dentro del pecio y tomó imágenes de la Gran Escalera, el camarote del capitán o el gimnasio. La popa también estaba hundida en el fondo, de tal manera que las hélices no se encontraban a la vista. Antes de abandonar el Titanic, Ballard colocó una placa en memoria de todos aquellos que habían perdido la vida en la noche del 14 de abril de 1912.

Tras la expedición de Ballard, las visitas al pecio del Titanic han continuado. En 2012 el pecio fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, pero aun así miles de objetos han sido sacados del fondo bien para ser expuestos alrededor del mundo bien para pasar a manos de millonarios coleccionistas. Las bacterias están devorando poco a poco el metal del buque, y llegará un día en el que sólo quede una mancha de óxido en el lugar en el que se encuentra el Titanic, con algunas piezas como las hélices o los cabrestantes intactos al ser inmunes al ataque de las bacterias.

El operador de viajes Blue Marble Private, junto con la empresa de sumergibles Ocean Gate, están organizando un paquete turístico de ocho días para grupos de hasta nueve personas para visitar el Titanic a bordo de un minisumergible. Las visitas comenzarán en mayo de 2018 y tendrán un precio por persona de casi 100.000 euros, el equivalente al precio de un billete de primera clase del viaje inaugural del Titanic ajustado por la inflación desde 1912 hasta hoy en día.

Las expediciones de Ballard lo llevaron después a los pecios de otros barcos famosos como el acorazado alemán Bismarck en 1989, el trasatlántico Lusitania en 1993 o el portaaviones Yorktown en 1998. En 1993 trabajó como asesor técnico en la serie de televisión Sea Quest, cerrando cada capítulo de la primera temporada con una explicación acerca de los temas científicos tratados en ese capítulo. En 2004 comenzó su andadura como profesor de oceanografía, y actualmente es el director del Instituto de Arqueología Oceanográfica en la Escuela de Oceanografía de la Universidad de Rhode Island.

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