La vida en los superyates más lujosos del mundo

UNA COMPETICIÓN POR VER CUÁL ES EL MÁS GRANDE

Así es la vida en los superyates más lujosos del mundo, según quienes los disfrutan

Decenas y decenas de estas embarcaciones viajan por todo el mundo como el signo de estatus más llamativo que se puede imaginar. Esto es lo que ocultan

El pasado mes de octubre, Santander vio cómo atracaba en su puerto el A, uno de los yates más grandes del mundo, propiedad del multimillonario bielorruso Andrey Melnichenko. La mole, de unos 143 metros de eslora, le costó al industrial alrededor de 250 millones de euros unos 10 años antes, una cantidad ridícula comparada con el patrimonio de 12.000 millones de dólares que, según ‘Forbes‘, posee. Pero también despertó unas cuantas inquietudes entre los que lo avistaron: ¿qué hay en su interior y cómo es de verdad la vida a bordo de uno de estos colosos?

La respuesta la ha ofrecido el periodista de ‘The Guardian’ Oliver Wainwright, quien  ha conocidoa la “élite de los superyates”, como él mismo la llama, durante la exposicion que la Saatchi Gallery ha inaugurado… sobre algunos de los superyates más grandes del mundo. Ahí estaba reunida la ‘crème de la crème’; como le explicó uno de los organizadores del evento, “solo hemos llamado a personas con un patrimonio ultra alto (propietarios de yates, sus consejeros y los capitanes)”.

El Dilbar, del magnate ruso Alisher Usmanov, con sus dos helipuertos y sus 3.800 metros cuadrados de superficie, puso durante años el listón muy alto

En definitiva, todas y cada una de las personas en la habitación –menos el periodista, obviamente– se contaban entre las más ricas del mundo. Y se dedicaban a una de las cosas que mejor saben hacer: admirar las posesiones de los demás y mostrar las suyas propias. Porque si algo queda claro es que el mundo de los superyates, donde el tamaño sí que importa, es una competición por tener el barco más ostentoso. El Dilbar, propiedad del magnate ruso Alisher Usmanov, con sus dos helipuertos y sus 3.800 metros cuadrados de superficie, fue durante mucho tiempo el espejo en el que mirarse; pero ahora ha sido desbancado por el Azzam, de un miembro de la familia real de Abu Dabi.

Como recordaba la investigadora de la Universidad de Cardiff Emma Spence, especialista en este emergente signo de estatus que publicará en un libro su experiencia después de seis años visitando los atracados en la Costa Azul, es un pasaporte necesario para pasar a formar parte de la élite global. Son carísimos, no solo por su coste inicial, sino por los gastos fijos como la tripulación, y para más inri, se deprecian rápidamente. Un negocio en apariencia ruinoso, salvo que tu objetivo sea la ostentación.

Una ciudad sobre el agua

A su manera, los superyates son transantlánticos confeccionados a la medida y necesidades de sus dueños. Es decir, si un crucero tiene como objetivo satisfacer las necesidades de todos los viajeros, sean de la clase que sean (algo parecido a la democracia), el superyate refleja la personalidad, deseos y gustos de su dueño y sus amigos (oligarquía o dictadura). La seguridad es de primer nivel; aunque Peter Lürssen, CEO de la compañía que construyó el Dilbar, niega que tenga un sistema de defensa antiaéreo, sí reconoce que dispone de “la tecnología de seguridad más avanzada del mundo”.

Todos intentan superar a los demás. “Dos helicópteros, una flota de submarinos, pensar en cómo va a ser el próximo yate. Ese es su sueño”

¿Más excentricidades? El superyate del cofundador de Microsoft Paul Allen, llamado Octopus, dispone de dos submarinos para explorar el suelo marino, una piscina con fondo acristalado para observar las profundidades oceánicas mientras uno se echa un baño, dos helicópteros, un cine, una pista de béisbol y un estudio de grabación que ha sido utilizado, entre otros, por Mick Jagger. U2 también ha actuado para los pasajeros. El Cloudbreak, diseñado para los viajes en condiciones extremas de frío, tiene un helipuerto convertible en pista de baile y altavoces sumergibles para hacer atronar la Atlántida. Con la energía que consume el Dilbar se podría abastecer a una ciudad entera.

Ya que tan importante es disfrutar como saber mostrarlo, algunos ‘influencers’ de las redes sociales han adquirido una relevancia especial. El más conocido es Alex Jimenez, ‘The Yacht Guy‘, cuyos más de 795.000 seguidores pueden admirar en su cuenta, un directorio del poder marino, algunos de los superyates más vistosos. Su historia es, cuando menos, peculiar: como explica a Wainwright, pasó de no tener casa a viajar por todo el mundo, invitado por multimillonarios, para fotografiar sus posesiones. “Todos intentan superar a los demás”, explica. “Dos helicópteros, una flota de submarinos, pensar en otro yate. Ese es su sueño”.

¿Se mueven estas embarcaciones por las modas? No termina de quedar claro: mientras que Paolo Pininfarina, de los Pininfarina de Ferrari de toda la vida, explica que su objetivo es subirse cuanto antes a la próxima generación de yates, el diseñador Terence Disdale, responsable del superyate de Roman Abramovich Eclipse, recuerda que teniendo en cuenta que se tardan cinco años en construir un yate, intentar estar a la moda es ridículo. Es mejor seguir el canon clásico y aspirar a la longevidad, sobre todo teniendo en cuenta lo muchísimo que cuestan estos barcos.

Las tendencias que vienen

¿Qué diferencia a los nuevos superyates? Al parecer, un carácter más aventurero, en consonancia con la personalidad audaz y desenfadada de sus acaudaladísimos dueños. Es decir, se diseñan para que recorran distancias más grandes en condiciones más difíciles, algo que el diseñador noruego Espen Øino resume con un paso de la era del Range Rover a la del Land Rover, más enfocado hacia la exploración y los deportes extremos.

La gente quiere utilizar sus yates para hacer algo bueno, para devolver algo a la sociedad

Esto parece vincularse de forma estrecha con el lado más altruista de los súperricos que se mueven por todo el mundo a bordo de ciudades flotantes: muchos de ellos, explica Øino, desean que sus yates sirvan para algo. “La gente quiere utilizar sus yates para hacer algo bueno, para devolver algo a la sociedad”, explica. Se refiere, básicamente, a diseñar las embarcaciones de tal manera que puedan ser útiles para la exploración marina, de manera similar a lo que está ocurriendo en la exploración espacial y la inversión privadas, con figuras como Elon Musk al frente.

Es lo que ocurrido con el magnate de la pesca Kjell Inge Røkke, que le encargó un superyate que sirviese también para la investigación , y que “pudiese ofrecer como un campo de pruebas para científicos y exploradores de todo el mundo”. Pero lo cortés no quita lo valiente. Además de los laboratorios y un auditorio para 40 personas, también ofrece “recreo e inspiración” para 90 viajeros que, suponemos, se quedarán boquiabiertos ante las instalaciones de este coloso marino, ciencia ‘hi-tech’ incluida.

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