Alberto Torroba, el pampeano que cruzó el Pacífico en una canoa

Alberto Torroba, el pampeano que cruzó el Pacífico en una canoa

Alberto Torroba comenzó a narrar su viaje que emprendió en solitario en 1989.

Se trata de un hombre con muchísimo coraje que decidió emprender este sueño simplemente con una embarcación totalmente artesanal, abierta, sin instrumentos y guiandose por la forma de navegar que tenian los antiguos navegantes polinesios, que se orientaban por las estrellas.

Alberto “El Loco” Torroba nació en Santa Rosa el 8 de abril de 1952 y durante 20 años recorrió el mundo para regresar luego a Anguil donde reside actualmente, y se dedica a la cría de ganado.

Alberto Torroba,

Con su pelo largo y sus ojos claros y vivaces cuenta  el cruce del Pacífico que teniendo en cuenta la manera y los elementos con que contó para concretarlo, que es algo único, irrepetible e inigualable.

La idea comenzó a tomar forma en el invierno de 1988, cuando Torroba fue el que diseñó la canoa y un artesano panameño fue el que la construyó.El resultado fue el “Ave Marina”.La embarcación tenía unos 4,50 metros de eslora y 1,50 de manga, con una vela de 9 metros cuadrados y un pequeño foque. Con sólo eso, algunos bidones de agua potable, pan, y otros alimentos desecados que consumia al desayuno se lanzó a cruzar el Pacífico.

Esperó que se hicieran las 12 de la noche del viernes 13 de enero ya que por superstición en esa fecha nadie sale y cuando vió los primeros veleros, se dió cuenta que ya era sábado por lo que emprendió la aventura desde Taboga, Panamá con rumbo a la Polinesia concretamente las islas Marquesas.

Era una travesía de poco más de 5.000 kilómetros.

Tuvo una escala de un par de días en las Islas Galápagos donde a poco de seguir viaje relató que sufrió un naufragio y pensó que su sueño (y su vida) se terminaba.Alberto narró que cuando quiso colocar la vela para los vientos de popa, la canoa se inclinó y quedó quilla para arriba.

Allí perdió todos sus alimentos, la brújula que la llevó pero la había escondido para no usarla y los bidones de agua.Fue ese instante donde pensó que todo se terminaba.Hay que resaltar que tomar agua de mar provoca paradójicamente deshidratación.

“Corté un bidón y me puse a sacar agua pero venia una ola y se volvia a inundar.Hasta que descubrí que acostado de espaldas y tirando el agua hacia atrás podia achicar y asi logre sobrevivir”.Buscaba mi estrella del cénit y seguirla para llegar a las Marquesas” afirmó.

“Vos sabés que cuando pasas Galápagos, no podes regresar porque la corriente te lleva, entonces no se si por intuición o como llamarlo apunté a un grupito de islas que está a 5000 kilometrós de distancia, sin cronómetro, sextante, brújula, sólo calculando una posición segura en forma abstracta.Te acostumbras a convivir durante semanas y meses solamente con el mar y el cielo.

Además tuve la companía de los pájaros. Según el tipo de pájaro terminás sabiendo a que distancia estas de la isla.Porque hay de alta mar y costeros.Estos cuando era la tarde regresaban, y eso me daba la certeza que estaba cerca de tocar tierra.

Al no tener instrumentos de navegación agudizas la vista y percibis un anticiclón de un lado y un ciclón del otro, olas que se refractan, descubrís nubes que no avanzan, y en ese caso es muy probable que estén sobre el continente”.

Por suerte vino la lluvia, y pudo llegar al puerto de Hanavave, en Baie Des Vierges.Era el 5 de marzo de 1989 y Alberto “El Loco” Torroba había cumplido su sueño de cruzar el Océano Pacífico solo y sin ningún instrumentos de navegación.

El relato de esta hazaña extraordinaria más el final de las aventuras en las islas Cook, Wallis y Suwarrow fueron impresas en su libro “Relato de Náufrago y Ave Marina”, que se puede conseguir por Mercado Libre.Allí en las Filipinas donde culminò su travesía, conoció a Rebeca, su esposa con quien vive junto a sus hijas Luna del Mar, Denébola y Alma Ranquel.

Consultado porque regresó, Alberto Torroba dijo que tomó esa decisión a comienzos de la década de 1990, cuando estaba en Brunei y una inglesa le comentó que había argentinos en el palacio del sultán. Fui y me encontré con 600 caballos argentinos y unos 30 hombres y mujeres, todos compatriotas que habian sido contratados para trabajar en las caballerizas del rey.Ese dia despues de comer asado y sentir el olor de los caballos, me di cuenta que queria regresar”.

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